En mi familia nunca hubo una cultura deportiva. Por esto, supongo que jamás me tomé en serio la disciplina de hacer ejercicio hasta finales de mi carrera universitaria.
¿Era tarde para empezar? Sí. ¿Demasiado tarde? Nunca lo es.
Así fue que comencé haciendo lo que parecía ser menos complicado: salir a correr. Después de una lesión, pasé al entrenamiento funcional y cuando llegó la pandemia, comencé a hacer ejercicios en mi casa, primero solo con mi peso y luego con equipo básico que me iba comprando. Así estuve un par de años con más o menos regularidad.
A principios del año pasado, ya tenía claro que estaba estancado. El equipo en mi casa no era suficiente y tenía que dar el paso siguiente: ir al gimnasio.
Por supuesto que lo evité lo más posible. Sabía que quería ir, pero me inventaba un montón de excusas: que los gimnasios estaban siempre muy llenos, que la gente que va es odiosa, que voy a perder mucho tiempo en traslado, que es muy caro, etc.
De hecho, me propuse comenzar a ir en junio (a la vuelta de mis vacaciones), pero lo patié1 durante semanas y semanas.
Hasta que finalmente, lo logré. En septiembre del año pasado me estaba matriculando en el gimnasio municipal cerca de mi casa.
¡Y ya paso un año! Un año bastante prolífico: tengo registradas 146 idas al gimnasio, y cumplí mi objetivo de ir tres veces a la semana, 47 semanas de las 52 que tiene el año. No es perfecto – y quizá para más de alguno ni siquiera es un gran logro – pero yo definitivamente superé mis expectativas.
Hoy quiero reflexionar un poco al respecto. Sobre mi experiencia en el gimnasio, los beneficios y las técnicas que me han servido para ser constante. Ojalá te sirvan a ti para comenzar, potenciar o simplemente pensar sobre tu viaje deportivo.
Veamos cuáles son.
Los beneficios
Elegí entrenar fuerza con tres objetivos: sentirme más cómodo en mi propio cuerpo, mejorar mi salud y porque quiero vivir muchos años con buena calidad de vida.
Sobre lo tercero no puedo sacar conclusiones, solo la historia dirá si logré vivir 100 años o no. Lo que sí te puedo decir es que la masa muscular y la fuerza son uno de los principales predictores de la longevidad, por lo que no es una mala apuesta.
Sobre mi salud, estoy completamente seguro de que ha mejorado. Duermo mucho mejor, tengo más energía y mis dolores de espalda por pasar tanto tiempo sentado – antes muy frecuentes y agudos – han disminuido casi en su totalidad.
Y por supuesto, nadie entrena fuerza sin esperar verse mejor. Así ha sido en mi caso. Tampoco es como que pueda decir que ahora soy Thor o que estoy mamadísimo, pero sí veo cambios en el espejo que me hacen sentir más cómodo y satisfecho conmigo mismo. (Las fotos de los cambios las puedes ver en mi OnlyFans – broma)
Otra cosa que me ha parecido muy recompensante de entrenar fuerza, especialmente si estás comenzando, es que puedes progresar bastante y cuantificarlo. Una semana levantas 10 Kg, la siguiente 12 Kg, y así. Esa sensación de progreso, me ha hecho ganar confianza en mí, una confianza que va irradiando el resto de mi vida haciéndome sentir que estoy progresando.
Cómo ser constante
Hablemos de la constancia. Como persona que nunca tuvo una disciplina deportiva, esto para mí ha sido todo un tema. Este buen año ha sido el resultado de una iteración de años de intentar y fracasar por hacer ejercicio una vez a la semana, luego dos, y finalmente tres.
Acá te quiero contar algunas de las cosas que me han ayudado.
La primera – la leí en algún lado, pero no recuerdo dónde – es que cualquier rutina de gimnasio tiene siempre un solo ejercicio que es infinitamente más difícil que los demás. Este ejercicio es: abrir la puerta del gimnasio y entrar.
Sé que es un poco absurdo ponerlo así, pero me gusta porque lo ilustra muy bien. Una vez que logras ponerte la ropa, salir de tu casa, abrir la puerta y entrar al gym, el resto ya es historia. Quizá no tendrás tu mejor día de entrenamiento, ni será la sesión más larga, pero estarás reforzando el hábito más importante: ir a dar la cara.
Por eso, si te cuesta ser constante, mi mejor consejo es quitarle toda la fricción posible a ese ejercicio. Dejando tus cosas listas el día antes, definiendo previamente a qué hora irás, y si no tienes demasiado tiempo, ir igual, aunque sea solo a hacer un par de ejercicios.
Muchas veces fui al gimnasio con muy pocas ganas, diciéndome a mí mismo que “voy unos 20 minutos y me voy”, y siempre terminaba quedándome mucho más rato.
Otra mentalidad importante que me sirvió para poder cumplir las 3 veces a la semana, fue siempre hacer la primera sesión lo antes posible en la semana. Ojalá lunes en la mañana, o al medio día, o en la tarde. Partir la semana matando una de las sesiones me servía para ponerme una restricción – “los lunes sí o sí voy así que no puedo comprometerme con nada más” – y además me daban flexibilidad para acomodar las dos sesiones restantes el resto de la semana.
Por último, una última cosa que me ayudó harto fue organizar mi semana en torno a las sesiones que tenía que hacer. Pasar de “no puedo ir al gimnasio porque tengo un cumpleaños” a “no puedo ir al cumpleaños porque tengo que ir al gimnasio” o bien, “tendré que ir dos días seguidos para poder ir al cumpleaños”. Por eso mismo, partir la semana yendo era una clave para el éxito.
El gimnasio no era el lugar que yo pensaba
Algo que me sorprendió del gimnasio – al menos del que voy yo – es el tipo de personas que hay.
En mi visión estereotípica de un gimnasio, este estaría lleno de influencers sacándose fotos frente al espejo todo el rato o machotes musculosos dejando las barras cargadas con 200 kilos sin importarles quién las usara después.
La verdad es que no me encontré con ninguno de estos. Por el contrario, me he topado con gente muy buena onda que ofrece ayuda, da consejos y está dispuesta a compartir alguna máquina o implemento cuando se necesita.
Habiéndolo vivido, tiene bastante sentido. Por mucho que a la gente que va al gimnasio también le importe verse bien, es difícil que verse bien sea motivación suficiente para tener la disciplina de ir a torturarse semana tras semana con un poco más de peso. Todos van por sus propias razones: a algunos los sacó de la depresión, otros se recuperan de alguna lesión o dolor, o algunos quieren vivir muchos años. Pero todos están enfocados en una sola cosa: progresar con sus ejercicios.
A propósito, esto me recuerda a cuando te conté sobre el sótano de Maslow: pensamos que a los demás los mueven motivos banales (como verse bien) mientras que a nosotros nos impulsan intenciones más nobles (como la autorrealización o disciplina).
¿Qué sigue ahora?
Como te conté, estoy en esto a largo plazo. Quizá no siempre será en el gimnasio, pero sí quiero mantener una rutina de entrenamiento de fuerza por el resto de mi vida. Los beneficios son demasiados como para perdérselos.
Por ahora, el único cambio que pienso introducir será probar otras rutinas y tal vez, buscar orientación con algún profesional para optimizar mis sesiones.
¿Y tú? ¿Ya estás entrenando fuerza? ¿Tienes dudas sobre cómo es ir al gimnasio? Cuéntame acá y te respondo, de principiante a principiante.
Para terminar
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Muchas gracias por leer y comentar.
Hasta el próximo domingo.
– Francis, un gymgoer cualquiera
En realidad se conjuga pateé, pero patié es infinitamente superior, suena mejor y es más fácil de saber dónde va el tilde.
Qué bkn! :)
Creo que llevo una historia muy similar. Además, la App que recomendaste varios post atrás (FitBod) también me facilita la ida al gym porque me libera de pensar o estresarme en qué cresta hacer una vez estoy dentro. Gracias! Un abrazo,