A veces imagino lo que pensaría mi yo de hace diez años si me viera hoy.
Probablemente, mi miraría con incredulidad: “¿este soy yo realmente?”.
Porque en lo últimos diez años, he llegado a ser muchas cosas que pensé que nunca sería. Cosas que en mi intimidad sabía que deseaba, aunque públicamente me permitiera reconocerlo.
Tú y yo hemos hablado varias veces de la identidad: esas características, creencias, valores y experiencias que te definen – o que eliges para que te definan.
La identidad es un hogar seguro. Una forma de sobrevivir.
Pero también tiene su lado oscuro: cuando defines qué cosas eres, implícitamente estás diciendo qué cosas que no eres.
Así me pasó a mí. Cuando chico, siempre fui buen estudiante, por lo que rápidamente me convertí en lo que en Chile llamamos el mateo del curso.
Ser el mateo del curso es un rol súper claro. Hay cosas que puedes hacer, como ser curioso, responsable, y tener un “futuro brillante” con el que todos cuentan. Pero también hay cosas que te están prohibidas: ser demasiado sociable, irte de fiesta con los populares, ser artista, humanista o creativo. Simplemente es algo que no va con el rol.
Y cómo era un rol fácil de asumir, pasé mis años formativos asumiendo ese personaje. Convencido de que para ser un buen científico, no podía perder tiempo en las humanidades. De que para ser estudioso, no me estaba permitido ser tan sociable.
Hoy, en retrospectiva, es claro que de alguna forma u otra, toda mi vida he estado intentado zafarme de esas etiquetas. Es una prenda que me queda chica, incómoda. Miro al pasado y me es fácil encontrar pequeñas rebeldías a lo largo de mi camino, que no encajan con lo que supuestamente debía ser.
Siempre he sabido que quiero más, pero por muchos años, no me permití ser otra cosa.
No obstante, de a poco y sin casi darme cuenta, he ido cambiando. Hoy por ejemplo, sí me siento una persona creativa. Aunque no sea un artista, me siento orgulloso de poder dejar mi estampa creativa en muchas de las cosas que hago – como escribir o emprender.
También me siento alguien bastante sociable. Aun cuando hubo un tiempo años atrás en que me definí como persona tímida. Con harta práctica (y algo de lectura) he ido cambiando, llegando a ser alguien que pensé que nunca sería.
Mirar para atrás trae consigo ciertas preguntas duras pero inevitables: ¿cuánto tiempo perdí convencido de que no podía ser esas cosas? ¿dónde estaría hoy si me hubiera permitido serlas mucho antes?
No vale la pena llorar sobre la leche (de almendras, ojalá) derramada, lo sé.
Y con esta reflexión no quiero rumiar ni lamentarme mi pasado, lo que quiero es motivarte a ti – y a mí mismo – a pensar:
¿Qué cosas no te permites ser porque supuestamente no encajan con tu identidad?
Quizás eres:
El payaso del curso que nunca se ha permitido estudiar algo en serio.
La mina que siempre ha sido pesada, por lo que ya no puede cambiar.
El tiro al aire que no ha podido mantenerse en ninguna actividad con disciplina.
La chica nerd que se convenció de que no está hecha para el deporte.
Y un infinito etcétera.
Siempre que eliges lo que eres, también eliges lo que no eres. Y está bien, no es posible ser todas las cosas en esta vida.
Pero a veces, no nos dejamos ser lo que sí queremos ser. Nuestra identidad pasa de ser un lugar seguro, a un refugio para no evolucionar.
Para terminar
Si todo salió bien, estás leyendo esto a las 11 AM de Chile, y yo estoy en México, transitando las 9 AM.
Como tuve un poco menos de tiempo por el viaje, quise sacarme de encima esta reflexión corta que venía acompañándome de hacer un tiempo. No sabía si ameritaba una solo edición, pero al final acá está. No todas las ediciones tienen que ser tan largas.
No ha dejado de sorprenderme el impacto que tuvo la edición sobre Instagram. Ha sido la segunda más megusteada de la historia de este boletín.
Yo empecé a reflexionar sobre estas cuestiones hace años, por lo que pensé que a estas alturas ya todos tendrían los temas más o menos claros, los problemas aceptados, etc. Pero por supuesto que no es así.
Aunque estas plataformas formen parte de nuestra cotidianidad, me atrevería a decir que todos tenemos una relación conflictiva con ellas. Las usamos sabiendo que algo está mal, aunque no tengamos tan claro qué, ni mucho menos si hay alguna alternativa.
Es uno de los grandes dilemas de nuestra época. En fin, divago.
Muchas gracias por leer hasta acá. Si te gustó, me ayudas con con el botón que está un poco más abajo.
Hasta el próximo domingo.
– Francis
¡Hola Francis! Importante el tema que sacas, sobre cómo nos auto-limitamos a través de las etiquetas que aceptamos ponernos (o más a menudo, que nos ponen otros).
¿Conoces el concepto de "multipotencialidad"? A mí me ayudó bastante, cuando lo descubrí, a reconciliarme un poco con el hecho de tener tantas facetas creativas/profesionales abiertas al mismo tiempo (concretamente 3).
Consiste en tener una capacidad innata para interesarse y desarrollarse hasta un buen nivel en varias ramas a la vez. No es lo mismo que ser una persona dispersa, porque se es capaz de construir una cierta experticia en cada rama de interés. Pero, visto desde afuera, puede parecer dispersión o falta de foco (y también visto desde adentro, si uno mismo no sabe que es una persona multipotencial).
Ahí lo dejo, por si te sirve a ti o a alguien. 😊
Un abrazo!
¡Otra mexicana por aquí! Ojalá la pases increíble (sea en playa, en algún pueblo mágico [chiste idiota, hay un programa de gobierno que se llama así] o en la caótica pero hermosa CDMX.
En fin, a mí últimamente me pasa algo extraño respecto a mi yo del pasado. Siento que hay elementos de ese pasado que tenía muy claros y que por alguna razón perdí en el camino y tengo muchas ganas de recuperar.
Es decir, un proceso al revés. No me permito ser lo que alguna vez fui y eso tiene un dejo triste. Quizá es pura nostalgia. Pero siento que cuando tenía la etiqueta de la buena estudiante, también tenía la valentía para llegar lejos y eso necesito hoy.
Total, que sí tienes razón: hay que ser consciente de qué nos permitimos ser.
¡Gracias!